De sobra conocida por cualquier amante de la arquitectura popular, la comarca de la Vera atrae a madrileños y extremeños por igual para el disfrute de sus gargantas en verano y sus fiestas tradicionales en invierno.
Dicen que el emperador Carlos V era de muy buen comer, por ello eligió esta zona para su retiro. Quizás la presencia del emperador, o más bien la fertilidad de estas tierras, hicieron que un nuevo cultivo venido de América se instalara en la zona: el del pimiento. Protagonista de la mayoría de platos veratos, como las patatas revolconas que acompañadas de torreznos eran alimento de segadores y medieros.
Más tarde, el ingenio del hombre supo transformar la materia prima para obrar el milagro del Pimentón de La Vera. Junto con el tabaco, son los pilares de la economía agrícola de la zona.
Además de la gastronomía, un elemento destaca por encima de todos a lo largo y ancho de este valle. Ese no es otro que el agua, presente en las numerosas gargantas, riachuelos, piscinas naturales y charcas de la comarca. Más allá de la fuerza que arrastra a su paso por la Garganta de los Infiernos o la de Cuartos, por nombrar algunas, sorprende el suave murmullo de las regaderas empedradas que discurren por las calles de los pueblos veratos como un elemento arquitectónico más. Toque distintivo y singular el que añaden estos minúsculos regueros a pueblos como Villanueva de la Vera o Piornal, además de su funcionalidad para llevar el agua a los huertos más recónditos del municipio.
Y qué decir de su gente. De carácter castellano, amable y tranquilo, los autóctonos de la zona saben convivir con el visitante forastero que se acerca a descubrir la personalidad de sus pueblos y de su arquitectura popular. Aunque hay que andarse con ojo porque como uno se descuide lo mismo le tiran nabos, que le cuelgan de lo alto de un palo o le empalan a una cruz; todo sea para que uno se sienta como en casa.