Salamanca, la ciudad del Tormes. Un río que la literatura se ha encargado de dar a conocer en todo el mundo. Pero la tierra de los charros guarda más de un as bajo su manga. Más allá de su plaza, sus catedrales y su Universidad, Salamanca cuenta con un total de 75 históricos edificios anteriores al siglo XX que la hacen Patrimonio de la Humanidad. Aunque la verdadera esencia de esta ciudad se esconde en sus rincones, aquellos que descubres tras doblar cualquier esquina de su casco antiguo.
La entrañable mirada de un señor charro que se sienta en su banquito a disfrutar de la mañana de fin de semana. La estampa de los comercios de antes, a la antigua usanza. Los acérrimos de la Semana Santa que aguardan pacientemente la llegada de los pasos al cobijo de su palma. Los detalles que embellecen la catedral y que es imposible pasar por alto. El convento de los Dominicos y un pianista dispuesto a encandilar a los asistentes con motivo del 500 aniversario de Santa Teresa de Jesús.
Un grupo de jóvenes jugando a sobrevolar las alturas en las vecindades del Tormes. Un paseo por su orilla al atardecer mientras observas el rumbo decidido de los patos- El abrazo de una pareja que juega a emular a Calixto y Melibea en su jardín. Los grafitis que cubren la Plaza del Oeste y sus alrededores, ofreciendo una distracción para los vecinos que vuelven a casa a la hora del aperitivito.
“El que quiera saber, que vaya a Salamanca” dice el chascarrillo en honor a sus estudiantes. Pues eso, hay que visitar esta ciudad y perderse por sus entresijos para saber de lo que hablo.
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