Una ría cercana al mar. Olor a sal y al propio mar mientras camino por sus calles adoquinadas. Un barrio viejo, “Beira Mar”, que destaca por la arquitectura de sus casas. Nada ostentoso, todo lo contrario, prima lo tradicional: almacenes de sal, un edificio estilo Art Noveau, viviendas simples pero peculiares, y pintorescos azulejos adornando cada rincón.
Cada vez me sorprendo más al ver lo que cuesta encontrar dos casas idénticas en Portugal. Si no son las puertas, serán los buzones, o los azulejos…siempre cambia algo por pequeño que sea. Aunque el estilo tradicional portugués permanece. Aveiro parecía seguir esta tónica. Su casco antiguo alberga la esencia de la historia de la ciudad, viejas casas entre callejuelas inundadas de olor a sal y mar, una plaza principal (Praça do Peixe) que durante el día vende pescado fresco y por la noche vive de la algarabía de sus bares.
Todo parece encajar con la esencia lusitana, hasta que me hablan sobre la economía Aveirense. Aveiro es una de las ciudades con mayor nivel económico de Portugal, ocupando en los últimos años el primer puesto en el nivel de calidad de vida e ingresos. Al parecer, parte del motor económico gira en torno a la universidad que es uno de los focos de investigación y docencia más importantes del país.
Flipo en colores. A mi estos edificios y esta gente me siguen recordando a la Portugal más profunda. Un grupo de hombres con bandurrias y otros instrumentos en mano marchan por las callejuelas del centro. Un cementerio que, a pesar de estar en plena ciudad, descansa bajo la sombra de una de esas acacias gigantes que se ven en la sabana africana. Una fábrica de azulejos que respira por su inmensa chimenea mientras los moliceiros –barcos avierenses- pasean por el canal.
De camino a la playa más cercana, la de Vagueira, veo algunas casas que me transportan a la Costa Oeste americana, allí donde relucen las melenas doradas de los surferos.
