«¿Qué te vas a dónde? ¿A Vietnam? Tú no estás sano de la cabeza». Esta fue una de las respuestas más suaves que recibí cuando contaba a familia y amigos sobre mi próximo destino. Tres meses y medio en un país poco conocido para muchos; si digo lo de respuesta suave es porque a más de uno se le ocurrió darme consejos bélicos sobre la Guerra de Vietnam. Sí claro, eso de que la mili no pasase por mi me dejó frustrado y he decidido resarcirme de esta manera tan original. Pero bueno para eso estamos aquí, mostrar a través de una pequeña mirilla las historias vividas en este país del Sudeste Asiático.
Dicen que las diferencias son las que nos hacen iguales. Doy fe de ello y después de visitar el continente asiático, empecé a darme cuenta que con cada mirada a mi alrededor podía jugar a las 7 diferencias sin tener que comprarme el periódico. Ahí ya va una. Muchos viajeros buscan exactamente eso: un shock cultural que les pille desprevenidos como cual sutil «guantá» en la cara. Sin embargo, una vez integrado en la cultura vas notando que igual te toca poner la otra mejilla. Porque encontrar similutides entre culturas en la otra parte del mundo es fascinante. Sobre todo cuando pasa mientras intercambias historietas con un oriundo de Saigón. Se te ponen los vellos como escarpias. Toma shock cultural.
Por dejar a un lado las diferencias y porque fueron muchos los parecidos con los que dí en este país, la entrada se títula «Nuestro lado más vietnamita». He preparado una breve lista -la primera de unas cuantas- con cuatro similitudes que estrechan la distancia entre España y Vietnam. No se debe generalizar cuando hablamos de culturas, pero creo que muchos de nosotros nos sentiremos identificados con las elegidas. Vienen acompañadas de fotos para que el viaje a tierras vietnamita se os haga más ameno. Allá vamos:
- La noción del tiempo. Muchas son las críticas que nos caen a los españoles por tener la fama de tardones. No somos los únicos. En Estados Unidos, consideran que todos los países de Sudamérica funcionan en «hora latina». Pues bueno señores, los hay mucho peores y la prueba está en Vietnam. No les culpo porque con la locura de una ciudad como Saigón con casi 9 millones de personas, cualquiera pierde la noción del tiempo. Para los que sean puntuales, les recomiendo un mínimo de dos tilas diarias para contrarrestrar la dejadez vietnamita. Todo lleva su debido tiempo y sobre todo si conlleva papeleo con el Gobierno -¿os suena de algo?. Y claro, tanto esperar, que los pobres míos tienen que echar una cabezadita cuando pueden.
Lo que me lleva al siguiente punto…
2. La siesta. Otras de las costumbres que nos asocian a los españoles. Mejor no entramos a disctuir si nos la hemos ganado a pulso con nuestras siestas veraniegas de tres horas. Pero no lo hacemos todos los santos días. Sin embargo, los vietnamitas no pueden decir lo mismo. Para ellos, la siesta es sagrada y quién se la salte es el «rarito». Creo que pronto me adjudicaron ese apodo en la universidad. Os pongo en situación: primera semana en Vietnam en la que pasaba la mayoría del tiempo en mi facultad, conociendo a los que trabajan en el departamento de Relaciones Internacionales. Llega la hora de comer a eso de las 12 del mediodía. Una consistente sopa de fideos en la cafetería del campus. Vuelta a la oficina de R.R.I.I. De repente notó una reorginización de sillas. Dos por persona, colocadas justo al lado de sus escritorios. Me miran con cara rara. ¿No te vas a dormir la siesta? Antes de darme cuenta, las luces ya están apagados y cada uno tumbado entre sus dos sillas de escritorio dispuestas al estilo puente. 30 minutitos y a seguir con la jornada laboral. Lo más sorprendente no es la siesta en sí, sino la capacidad que tienen de caer rendidos en cualquier sitio. Normalmente me quedaba despierto haciendo mis cosas con el ordenador, a la vez que perplejo por la escena. Me recordaba a aquellas siestas conjuntas de parvulito. Perdonadme por dejar nuestro pabellón por los suelos. Aunque sinceramente, no creo que podamos competir con ellos. Esta estampa se repite diariamente en las calles de Saigón.
3. Los viajes en familia. Las familias españolas suelen ser bastantes numerosas -lo estamos perdiendo. Y que sería de ellas sin los viajes de verano en los que el coche luce cuál «fragoneta de los malacatones» antes de arrancar. Si no se rellenan todos los huecos habidos y por haber, nos estamos olvidando algo. A la abuela. O al vecino, que lo cogemos prestado para hacer bulto. Una vez más, los vietnamitas nos ganan por goleada. Como os habéis podido imaginar por la foto de arriba, el principal medio de transporte en Vietnam es la moto. Sí, las abuelas también tiene moto. Y aunque parezca mentira, son ávidas conductoras con reflejos de gato pardo. Pues bueno, las limitaciones de transporte que conlleva tener moto en vez de coche no existen en Vietnam. Todo vale. Absolutamente todo. Se ven cosas que desafían las leyes de la física: atravesar una intersección mientras sujetan una bandeja con una sopa de fideos a lomos de la moto, cargar con una tubería al hombro del tamaño de la Gran Vía madrileña, etc. Y como los vietnamitas son también muy familiares -esta similitud la dejamos para la próxima lista-, la familia es lo primero. ¿Qué se necesitan sillas para todos? No worries. ¿Se estropea una moto y no llegamos a tiempo? Arrejuntarse los churumbeles.
4. La comida callejera. Nuestro país tiene una rica gastronomía. Somos de buen comer y fino paladar. Si hay algo que nos diferencia en este tema son las tapas. El tapeo es algo que enamora a todos los extranjeros que visitan España. Aunque el tapeo podría considerarse comida «callejera», también tenemos nuestros puestos de castañas asadas en navidades, o los quioscos churreros que alegran las mañanas de domingos de muchos. Incluidos los que trasnochan. En Vietnam, no se quedan cortos. Diría que la mejor comida se encuentra en la calle: puestos de banh mi (el «serranito» de los vietnamitas), batidos de frutas tropicales, sopas de fideos y platos combinados con arroz, y carritos de café -este tema también se pospone para la próxima lista. Si no pruebas cada uno de los platos que preparan en estos puestos callejeros, tu visita en Vietnam no ha merecido la pena. Mis primeras semanas fueron una auténtica lotería: me sentaba en una de las mini mesas que ponen en las calles, señalaba la comida que veía en el carrito o en el plato de otros, y a degustar algo nuevo. Para abrir boca, mi aperitivo preferido sin ninguna duda: banh trang nuong. Una especie de pizza vietnamita sobre papel de arroz, hecha con mucho cariño por vendedores que tienen un hornito en mitad de la calle. Lleva huevos de codorniz y una especia de pasta de gambas. Siempre diré que el sabor me recuerda a las mejores tortitas de camarones de la costa gaditana.
Aquí termina la primera lista de parecidos que muestran nuestro lado más vietnamita. Para los que hayan visitado este país, más ideas para las próximas listas serán bien recibidas.
No pretendo haceros creer que tenemos primos hermanos en los rincones de Vietnam. Sólo contaros desde mi experiencia que el mundo no es tan sumamente peligroso como nos lo pintan. Las diferentes fronteras y culturas deben existir. Aventurarse a cruzarlas para ver que hay al otro lado es el primer paso hacia conocerse mejor a uno mismo. Quizás encuentres a un compañero de viaje, que también se echa su siestecita.
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Bueno, l’articulo esta interesante