El norte de Inglaterra me sorprendió gratamente. Me lo habían pintado gris, con ciudades industriales cortadas por el mismo patrón, aliñado con unas condiciones climatológicas que poco o nada se parecen a las mediterráneas. Pero lo cierto es que encontré rincones entrañables, llenos de diversidad en cuanto a nacionalidades y etnias se refiere, todo ello ambientado en la arquitectura victoriana característica de este país.
Nuestro primer destino fue Liverpool. Si llegas en avión al aeropuerto John Lennon, un submarino amarillo te recibirá en cuanto tomes la primera bocanada de aire británico. Los Beatles están en cada rincón de la ciudad, y es que el cuarteto rockero más comercial en la historia de la música ha dejado una huella imborrable por estos lares. Cualquier espacio urbano es bueno para rendir homenaje a la banda de los corazones solitarios del sargento Pepper. The Cavern, el mítico pub en el que alcanzaron su fama, ha sido destruido y sustituido por una réplica clavada al original. Escuchar música en directo en las profundidades de este mausoleo de grandes estrellas del rock bien merece la visita a Liverpool. Más allá de los Beatles, el muelle –Albert dock– junto al río Mersey y la enorme catedral de lo mejorcito de la ciudad del pájaro liver -símbolo de Liverpool que también aparece en el escudo de su equipo de fútbol-.




Leeds fue la parada en la que pasamos la mayor parte del viaje. Durante la revolución industrial, la ciudad se convirtió en un gran centro de producción y procesamiento de lana, cambiando su apariencia señorial por chimeneas y polución. Los propios ciudadanos se asustaron del horroroso aspecto que había adquirido Leeds, hasta que un buen día el ayuntamiento decidió invertir una suculenta cantidad de dinero en un lavado de cara. Ahora presumen de ser un importante núcleo urbano -el tercero en número de habitantes tras Londres y Manchester- donde abundan las galerías comerciales y los edificios victorianos. Los viandantes corretean las calles del centro de la ciudad de camino al trabajo con maletín en mano. Esperan largas colas para coger el bus de vuelta a casa. Pero al visitar el mercado de Leeds, el tiempo se detiene y nos transportamos a otra época, aquella en la que el trueque y las relaciones personales estaban a la orden del día.









Una escapada de un día a York, capital del histórico condado de Yorkshire, da para mucho. Esta ciudad-fortaleza disfrutó de su época de bonanza en la Edad Media cuando era considerada la segunda ciudad más rica de Gran Bretaña -tras Londres-. Destaca por su imponente catedral gótica conocida como York Minster, pero un paseo por el entresijo de sus pequeñas calles con sus diminutas tiendas nos trasladará al ambiente medieval. Y para los más andantes, su muralla de casi cinco kilómetros ofrece una alternativa saludable para rodear el centro histórico desde todos sus ángulos.


Por último nos quedaba Manchester, lugar desde el que cogíamos el avión destino a casa y donde nos dio tiempo a una visita express en un par de horas. La ilusión por volar de una niña en Piccadilly Gardens, la sorpresa por descubrir el barrio gay de Manchester, o su plaza del ayuntamiento –Albert Square– en la que se erige elegante William Ewart Gladstone. Con este sabor de boca nos despedimos del norte de Inglaterra, un viaje que superó todas nuestras expectativas. See you later alligator!



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