Todos tenemos muy presente un aspecto de la vida: su largo recorrido. Sabemos que es una carrera de fondo, aunque la meta no sea un punto fijo que nos permita atisbarla desde la distancia. Pero esto no consigue frenarnos. En un intento por no descolgarnos, tendemos a adoptar la mentalidad del peregrino: paso a paso, trabajo constante, esfuerzo diario…así haremos de esta travesía algo que merezca realmente la pena. ¿Avanzamos siempre al mismo ritmo? ¿Somos tan perseverantes como deseamos?
Emprendemos nuestro viaje rebosando curiosidad, ese ímpetu incasable que nos acerca a lo desconocido e inexplicable hasta el momento. Nos damos prisa, quizás demasiada, por entender el significado de lo que vemos para así poder aligerar la marcha lo antes posible. Empezamos a desinflarnos, llegando a percibir un miedo escénico un tanto raro… correr a este ritmo nos va a jugar una mala pasada, pensamos. Ante esta señal de alarma, recordamos el modo peregrino: ¡es una carrera de fondo, mentalízate! Nos acomodamos, ya que espera un largo camino por delante. Y de esta manera, tan aparentemente insignificante, cambiamos totalmente nuestra perspectiva sobre la vida.
Pasamos de querer gastar la suela de nuestras zapatillas a elegir unos zapatos que, por lo menos, sean cómodos. El filete que me coma, por lo menos, esté bueno…faltaría más. Las responsabilidades aumentan, mientras nosotros aminoramos el ritmo de nuestra marcha para compensar. Florecen manías y cualidades cada vez más características; es cierto que son nuestro sello de originalidad, nuestra marca registrada, pero también las usamos para empecinarnos con el mundo hasta límites insospechados. Así andamos un tiempo, reforzando nuestras creencias hasta que un buen día te percatas que tus pasos no varían, tus piernas han puesto la velocidad de crucero. No te molestas en cambiarla porque parece aportarte una estabilidad magnífica…además la has conseguido a base de ir paso a paso, con trabajo constante, y esfuerzo diario.
Es entonces cuando nos relajamos, incluso algunos llegan a pensar que ya han dejado el pabellón lo suficientemente alto. Igual que los toros con las tablas, desarrollamos una querencia que nos empuja por la senda segura, perdiendo el afán de arriesgar en cada paso. Nos olvidamos de algo fundamental en la vida: la posibilidad de probar nuevas experiencias, de tomar nuevos caminos. Porque para saber si unos zapatos son cómodos, primero hemos tenido que calzar muchos. Porque parar apreciar el sabor de un chuletón de Ávila, primero hemos tenido que comer cientos de platos y no todos han sido de buen gusto. Sin embargo, nos aferramos a nuestra zona de confort, primando la comodidad ante todo.
¿Qué sucede después? El cuerpo nos pide un cambio de vida. Cruzar una puerta tridimensional a lo Lluvia de Estrellas para darle un giro radical a nuestra rutina. Pero oiga, todo desde el sofá de casa y con poco trabajito. Einstein dijo una vez “locura es hacer lo mismo una vez tras otra y esperar resultados diferentes”; razón no le faltaba. Convirtámonos en ese peregrino todoterreno, que sabe escalar el Alpe d’Huez y también recorrer la llana dehesa extremeña de cabo a rabo; y además lo hace sin una hoja de ruta fija, dejándose llevar por su instinto aventurero y por las corazonadas que encuentra a lo largo del camino. Solo así nos olvidaremos de competir en la carrera y podremos disfrutar del gusto de peregrinar por la vida.
Una reflexión viajera en forma de canción -más bien relato- que hizo el escritor uruguayo Eduardo Galeano para la intro del nuevo disco de Calle 13.
Siguenos a través de nuestra comunidad viajera en Facebook –> Un Compañero de Viaje – Comunidad de la Curiosidad del Viajero